«La Dama Blanca de la N-240»
Una noche helada de Navidad, Enrique, un camionero veterano, recorría la solitaria carretera nacional N-240 en dirección a Huesca. Había aceptado un encargo de última hora: entregar un cargamento de juguetes para una tienda que abriría al amanecer. Mientras conducía, la nieve caía en copos horribles, cubriendo el asfalto y haciendo que el trayecto fuera cada vez más difícil. Las luces del camión apenas lograron atravesar la cortina blanca, y el paisaje alrededor parecía congelado.
Eran cerca de las dos de la madrugada cuando Enrique vio algo en el arcén: una figura borrosa, de pie junto a un coche averiado. Era una mujer joven, envuelta en un abrigo blanco que casi la hacía invisible bajo la nevada. Movía los brazos en señal de auxiliar. Dudando, Enrique detuvo el camión unos metros más adelante y bajó, encogiéndose en su chaqueta para protegerse del frío.
La mujer le contó que su coche se había averiado y que necesitaba llegar a un pueblo cercano para pasar la noche. Enrique, sintiendo el espíritu navideño, le ofreció subir al camión. Ella aceptó con una sonrisa amable, pero algo en su mirada le puso los pelos de punta: tenía los ojos tan oscuros que no reflejaban la luz.
Durante los primeros minutos, la conversación fue escasa. La mujer apenas hablaba, limitándose a mirar por la ventana con una expresión distante. Enrique intentó romper el silencio preguntándole su nombre y de dónde venía, pero ella esquivó las preguntas con respuestas vagas. El ambiente dentro de la cabina se volvió más extraño.
Cuando llegaron a un tramo especialmente aislado de la carretera, Enrique notó algo aún más inquietante: el retrovisor mostraba que el asiento de la mujer estaba vacío. Giró la cabeza con brusquedad, pero allí estaba ella, inmóvil, mirándolo fijamente con esos ojos oscuros. Sin decir una palabra, la mujer levantó una mano y señaló hacia el frente.
Enrique volvió la vista al camino justo un tiempo para evitar un impacto con un coche atravesado en mitad de la carretera.
De vuelta en la cabina, Enrique buscó en el asiento cualquier señal de que la mujer hubiera estado allí, pero solo encontró un escalofrío que no lo abandonó durante toda la noche. Entregó los juguetes al amanecer…..
Enrique, atormentado por lo ocurrido, intentó reanudar su rutina en los días siguientes, pero no podía apartar la imagen de la mujer de su mente. Cada vez que subía al camión, sentía como si una sombra le seguía. Decidió contar su experiencia a un grupo de compañeros camioneros en una parada habitual, esperando que alguien pudiera darle una explicación racional.
Entre los hombres presentes, uno de los más mayores, apodado “El Viejo Salas”, guardó silencio mientras los demás escuchaban con incredulidad. Cuando Enrique terminó, Salas le dio una larga mirada antes de decirle….
—La conociste. La Dama de la N-240 —dijo con voz grave—. Hace años, yo también tuve un encuentro con ella. No eres el único. Muchos que viajamos por esa carretera en Navidad la hemos visto. Y no siempre para advertir… A veces, si estás en el lugar equivocado, puedes llevarte con ella.
Leer más: Cuentos para no dormirEnrique se estremeció. Le pidió a Salas que le contara más, pero este solo sacudió la cabeza, murmurando que era mejor no Hurgar demasiado en lo desconocido. Sin embargo, Enrique no podía dejarlo así. Una noche, armado con su curiosidad y el deseo de comprender lo que había vivido, decidió regresar a la carretera. Quería enfrentarse a sus miedos y buscar respuestas.
Escogió otra Nochebuena, exactamente un año después. Partió hacia la N-240 justo antes de la medianoche, llevando consigo una linterna, una cámara y una flor blanca, por si acaso. La carretera estaba igual que la recordaba: vacía, helada y rodeada de un silencio inquietante que parecía envolverlo todo. Cada kilómetro recorrido aumentaba su tensión, y no podía evitar mirar de reojo a su asiento de al lado.
De repente, a la altura de una curva conocida como “El Espejo del Diablo” —un lugar famoso por los accidentes fatales—, vio algo que le hizo apretar los frenos. Una figura blanca estaba en mitad de la carretera, inmóvil. Esta vez, no se detuvo. Decidió pasar de largo, pero cuando el camión estaba a punto de alcanzarla, la figura.
La cabina se llenó de un frío insoportable, y Enrique sintió un roce helado en su nuca, como si alguien estuviera detrás de él. Se giró de golpe y allí estaba ella, sentada en el asiento del copiloto, observándolo con esa mirada.
—¿Por qué ha vuelto? —preguntó la mujer, su voz resonante
Enrique no pudo responder, paralizado por el miedo. La mujer levantó una mano, señalando hacia la carretera una vez más. Esta vez, Enrique vio algo que no había notado antes: un destello de luces a lo lejos, como si otro vehículo estuviera fuera de control. Pisó el freno a tiempo para evitar un choque con un camión cisterna que, deslizándose, cruzó la vía justo delante de él. Si no hubiera frenado, el impacto habría sido irremediable.
Cuando miró de nuevo al asiento del copiloto, la mujer ya no estaba, pero en su lugar encontró la flor blanca que había llevado consigo. Comprendió entonces que ella no buscaba hacerle daño, sino advertirle de un peligro.
Desde esa noche, Enrique nunca volvió a sentir miedo al recordar su experiencia. En cambio, cada Navidad, se asegura de colocar una flor blanca junto a la curva, en memoria de aquella misteriosa mujer que, de algún modo, se había convertido en su guardiana. Otros camioneros aseguran que aún la ven, siempre en busca de quienes necesitan ser salvados en el tramo “El Espejo del Diablo”.